Cuento de Eduardo Galeano
El dios de los cristianos, dios de mi infancia,
no hace el amor. Es quizá el único dios que nunca ha hecho el amor entre todos
los dioses de todas las religiones de este mundo. Cada
vez que lo pienso siento pena por él y entonces le perdono que haya sido mi
superpapá castigador, el jefe de policía del universo, y pienso que al fin y al
cabo dios también supo ser mi amigo cuando en aquellos viejos tiempos yo creía
en él y creía que él creía en mí. Y a veces hasta me parece escuchar sus
melancólicas confidencias, como si al oído me dijera: "Lástima que Adán fuera tan bruto, lástima que Eva
fuera tan sorda y lástima que yo no supe hacerme entender. Ellos creyeron que
un pecado merece castigo, si es original. Dije que peca quien desama y
entendieron que peca quien ama. Donde anuncié praderas de fiestas escucharon
valle de lágrimas. Dije que era el dolor la sal que daba gustito a la vida, a
la aventura humana y entendieron que yo los estaba condenando al otorgarles la
gloria de ser mortales y loquitos".