Según la vía budista, el sufrimiento no es deseable en ningún
caso. Eso no significa que, cuando es inevitable, no podamos hacer uso de él
para progresar humana y espiritualmente. Como explica el Dalai Lama: “Un
profundo sufrimiento puede abrirnos la mente y el corazón y abrirnos a los
demás”. El sufrimiento puede ser una extraordinaria enseñanza, capaz de
hacernos tomar conciencia del carácter superficial de muchas de nuestras
preocupaciones habituales, del paso irreversible del tiempo, de nuestra propia
fragilidad y sobre todo de lo que cuenta realmente en lo más profundo de
nosotros.
Tras haber vivido varios meses en el umbral de la muerte
sufriendo atroces dolores Guy Corneau, psicoanalista canadiense, acabo por “ceder”.
Dejó de rebelarse contra un sufrimiento difícil de curar y se abrió al
potencial de serenidad que siempre se halla presente en lo más profundo de uno:
“Esta apertura del corazón no hizo sino acentuarse a lo largo de los días y de
las semanas que siguieron. Estaba sumido en una placidez increíble. Una inmensa
hoguera de amor ardía en mí. No tenía más que cerrar los ojos para que me
alimentara, me llenara, me saciara… Más aún, sabía que el amor era el tejido
mismo de ese universo, la identidad común de todos los seres y todas las cosas.
Había solo amor y nada más… A la larga, el sufrimiento favorece el
descubrimiento de un mundo en el que no hay separación real entre el exterior y
el interior, entre el cuerpo y la mente, entre mí y los demás”
Sería, pues, absurdo negar que el sufrimiento puede tener
cualidades pedagógicas si sabemos utilizarlas en el momento oportuno. Por el
contrario, aceptarlo con resignación, pensando simplemente “¡así es la vida!”,
equivale a renunciar por anticipado a esa posibilidad de transformación
interior que se nos presenta a todos y que permitiría evitar que el sufrimiento
se convirtiera sistemáticamente en desgracia. El hecho de que obstáculos como
la enfermedad, la enemistad, la traición, la crítica o los reveses dejen de
desbordarnos no significa en absoluto que los acontecimientos no nos afecten ni
que los hayamos eliminado para siempre, sino que ya no dificultan nuestro
avance hacia la libertad interior. A fin de que el sufrimiento no nos abrume y
de utilizarlo lo mejor posible como un catalizador, es importante no permitir
que la ansiedad y el desánimo nos invadan la mente. Shantideva escribe: “Si hay
un remedio, ¿de qué sirve disgustarse? Si no hay remedio, ¿de qué sirve
disgustarse?”