Culpar sistemáticamente a los demás por nuestros padecimientos y ver en ellos a los únicos responsables de nuestros sufrimientos equivale a garantizarnos una vida miserable. No subestimemos las repercusiones de nuestros actos, nuestras palabras y nuestros pensamientos. Si hemos sembrado semillas de flores y plantas venenosas mezcladas, no hay que extrañarse de que la cosecha sea mixta. Si alternamos comportamientos altruistas y perjudiciales, que no nos sorprenda recibir una mezcla de alegrías y sufrimientos. Según Luca y Francesco Cavalli-Sforza, padre e hijo, el primero genetista de poblaciones y profesor en la Universidad de Stanford, el segundo filósofo: “Las consecuencias de una acción, sea la que sea, maduran a medida que pasa el tiempo y antes o después recaen sobre quien las ha realizado; no se trata de una intervención de la justicia divina, sino de una simple realidad”. En efecto, considerar que el sufrimiento resulta de la voluntad divina conduce a una incomprensión total de las calamidades repetidas que abruman a determinadas personas y determinados pueblos. ¿Por qué un ser Todopoderoso iba a crear unas condiciones que produjeran tantos sufrimientos? Desde la perspectiva budista, somos el resultado de un elevado número de actos libres de los que somos responsables. El VII Dalai Lama escribió:
Un
corazón helado por el agua de los tormentos
es el resultado de actos destructores,
el fruto de nuestra propia locura:
¿no es triste culpar de ello a los demás?
es el resultado de actos destructores,
el fruto de nuestra propia locura:
¿no es triste culpar de ello a los demás?
Este
enfoque está relacionado con la noción budista de Karma, casi siempre mal
comprendida en Occidente. Karma significa “acto”, pero también designa la
relación dinámica que existe entre un acto y su resultado. Toda acción –y por
lo tanto toda intención subyacente- es considerada positiva o negativa según
sus efectos sobre la felicidad y el sufrimiento. Tan descabellado es querer
vivir feliz sin haber renunciado a los actos perjudiciales, como poner la mano
en el fuego esperando no quemarse.
Tampoco es posible comprar la felicidad, robarla o encontrarla por
casualidad; debe cultivarla uno mismo. Así pues, para el budismo el sufrimiento
no es una anomalía o una injusticia; está en la naturaleza del mundo
condicionado que llamamos samsara. Es el producto lógico e inevitable de la ley
de causa y efecto. El budismo califica el mundo de “condicionado”, en la medida
en que todos los elementos que lo componen resultan de un número infinito de
causas y de circunstancias sujetas a la impermanencia y a la destrucción.
¿Cómo
considera el budismo la tragedia de los inocentes torturados, asesinados o
víctimas del hambre? A primera vista,
sus sufrimientos parecen debidos a causas mucho más trágicas y poderosas que
simples pensamientos negativos. Sin embargo, la insensibilidad de los que dejan
morir de hambre o de odio de los que torturan es lo que provoca los inmensos
sufrimientos de gran parte de la humanidad. El único antídoto para estas
aberraciones consiste en evaluar los sufrimientos de los demás y en comprender
en lo más profundo de uno mismo que ningún ser vivo del mundo desea sufrir.
Según el Dalai Lama: “Buscar la felicidad permaneciendo indiferente al
sufrimiento de los demás es un trágico error”.