Cuando la
mente se examina a sí misma, ¿qué puede averiguar sobre su propia naturaleza?
Lo primero que se observa son las corrientes de pensamiento que no cesan de
surgir casi sin que nos enteremos. Queramos o no, innumerables pensamientos nos
atraviesan la mente, alimentados por nuestras sensaciones, nuestros recuerdos y
nuestra imaginación. Pero ¿no está siempre presente también una cualidad de la
mente, sea cual sea el contenido de los pensamientos? Esa cualidad es la
conciencia primera que subyace a todo pensamiento y se mantiene mientras,
durante unos instantes, la mente permanece tranquila, como inmóvil, sin perder
su facultad de conocer. A esta facultad, a esta simple “presencia despierta”,
podríamos llamarla “conciencia pura”, ya que puede existir en ausencia de
construcciones mentales.
Continuemos
dejando que la mente se observe a sí misma. Esta “consciencia pura”,
indiscutiblemente la experimentamos, al igual que los pensamientos que surgen
de ella. Por lo tanto, existe. Pero, aparte de eso, ¿qué podemos decir de ella?
Si examinamos los pensamientos, ¿es posible atribuirles alguna
característica? ¿Tienen una
localización? No. ¿Un color? ¿Una forma? Tampoco. Tan sólo encontramos en ellos
esa cualidad, “conocer”, pero ninguna otra característica intrínseca y real. En
este sentido es en el que el budismo dice que la mente está “vacía de
existencia propia” Esta noción de vacuidad de los pensamientos es, desde luego,
muy ajena a la psicología occidental. ¿Para qué sirve? En primer lugar, cuando
surge una emoción o un pensamiento poderoso, como la cólera, ¿qué suele pasar?
Nos invade con gran facilidad ese pensamiento, el cual se amplia y se
multiplica en otros pensamientos que nos perturban, nos ciegan y nos incitan a
pronunciar palabras y a cometer actos, en ocasiones violentos, que hacen sufrir
a los demás y no tardan en convertirse para nosotros en una fuente de pesar. En
vez de dejar que se desencadene semejante cataclismo, podemos examinar ese
pensamiento de cólera para percatarnos de que está, desde el principio, “lleno
de viento”. De este modo, podemos liberarnos de la influencia de las emociones
perturbadoras.
Conocer
mejor la naturaleza de la mente presenta otra ventaja. Si comprendemos que los
pensamientos surgen de la conciencia pura y son reabsorbidos por ella, como las
olas emergen del mar y se disuelven en él de nuevo, hemos dado un gran paso
hacia la paz interior. En lo sucesivo, los pensamientos habrán perdido buena
parte de su poder para atormentarnos. Para familiarizarnos con este método,
cuando surja un pensamiento, intentemos observar su fuente, cuando desaparezca,
preguntémonos dónde se ha desvanecido. Durante el breve lapso de tiempo en que
nuestra mente no está atestada de pensamientos discursivos, contemplemos su
naturaleza. En ese intervalo en que los pensamientos pasados han cesado y los
pensamientos futuros todavía no se han manifestado, ¿no percibimos una
conciencia pura y luminosa que no es modificada por nuestras elaboraciones
conceptuales? Procediendo así, mediante la experiencia directa, aprenderemos
poco a poco a comprender mejor lo que el budismo entiende por “naturaleza de la
mente”.