El homosexual [1977] es un ser ridículo
para sí mismo. Constituye una mezcla de culpabilidad y rebeldía. Por una parte,
él, más que nadie, comprende que es víctima de un estado de cosas ajeno a su
voluntad, y por otra tiene miedo de desafiar ese mismo orden de cosas.
Destruido por sentimientos contradictorios, el homosexual se agota en un empeño
inútil. Quiere hacerse perdonar la existencia. Cuidadosamente se disfraza de
apariencias tratando de disimular su identidad y ofreciendo de sí mismo una
imagen falsa. Dedica toda su vida a la mentira. Ni sus padres ni sus amigos lo
conocen. En realidad no merecen este nombre quienes lo despreciarían si tuviese
la honradez de presentarse tal como es.
Al fin, ¿de qué sirve ese
fingimiento? Agotar una vida sin conseguir la autenticidad del ser. Nadie es
verdaderamente hasta que no ama. El hombre se constituye en el amor. Sin ese
amor todo son sombras.
El homosexual acepta sin discutir
la etiqueta de anormal e invertido que la sociedad le ha colgado. Pero él no
será normal por adaptarse al comportamiento de la mayoría, sino viviendo su
propia condición. Se trata de vivir conforme a uno mismo. Lo normal no existe
fuera de uno mismo. Por lo demás, nadie puede luchar toda una vida contra sus
inclinaciones, porque al final se verá obligado a aceptar su propia realidad.