Carlos
se presentó varias veces en mi casa preguntando por mí, pero yo me negué a
recibirle y, al final, el pobre muchacho no tuvo más remedio que escribirme una
carta. En ella me pedía perdón por todo lo ocurrido. Decía que yo era el mejor
amigo que había tenido en la vida y un montón de cosas bonitas que me llegaron
al corazón. Naturalmente, accedí a verle y le perdoné. Por última vez, le acompañé a la parada de su
autobús. De algún modo, habíamos vuelto a la situación anterior, pero ya nada
era igual para mí. Sí, Carlos y yo éramos amigos de nuevo, pero eso ya no me
servía. Y no estaba dispuesto a seguir sufriendo por un amor imposible. No me
atrevía a sincerarme con él. No tenía valor para decirle que, efectivamente, yo
era… pues eso, lo que él había dicho de mí, aunque no me gustara la maldita
palabra. Y es que, por increíble que parezca, Carlos seguía pensando que yo era
heterosexual. Mi enfado lo había atribuido precisamente al hecho de que me
hubiera llamado “maricón” sin serlo… Y yo no tenía valor para aclarar las
cosas. No me atrevía a decirle: “Esta bien, reconciliémonos si quieres, pero
debes saber que me gustas, que me siento atraído por ti, ¿comprendes? Soy gay.
Estoy enamorado de ti, ¿lo entiendes? Y si no satisfago ese deseo, si no te
beso, si no te abrazo, si no hacemos el amor, enloqueceré, ¿comprendes? ¿Es que
no te das cuenta? ¿Todavía no te has dado cuenta? ¿Cómo tengo que decírtelo?
¡Estoy loco por ti! ¡Te amo! Pero si no sientes lo mismo que yo, si tú no me
amas, si no podemos ser amantes, tampoco quiero que seamos amigos”. Podría
haberle dicho todo eso, pero no se lo dije. No le dije nada.
En la
carta que me escribió encuentro algunas frases desconcertantes, como ésta: “Quiero
que sepas que tienes la misma manera de ser que yo. Aunque tú no lo creas,
somos iguales…” ¿Qué quería decir? ¡No, no era verdad, no éramos iguales en
absoluto! ¡Éramos radicalmente distintos! ¿Hubiera tenido yo alguna posibilidad
si le hubiera declarado mi amor? No lo creo. Carlos era heterosexual. Y si yo
no podía cambiar de tendencia sexual, ¿por qué habría de cambiar él la suya?
Para Carlos, yo sólo era un amigo, un gran amigo. Pero nada más. Y no se puede
confundir amor (es decir, el deseo) con la amistad.
Al cabo
de tantos años, analizo fríamente aquellos hechos y me doy cuenta de que mi
reacción fue totalmente desproporcionada, ¡hasta el punto de dejar de hablarle
y de obligarle a pedirme perdón por carta! En cierto modo, era lógico que me
llamara “maricón” después de besarle, pues ¿qué chico besaría a otro sin serlo?
Y, además, ¿qué culpa tenía él de que yo lo fuera… o de que no me gustara la
maldita palabra?