La historia de mi vida es, en realidad, la historia de mis amores. Yo siempre he estado enamorado. Siempre he dependido emocionalmente de alguna persona sobre la que proyectaba la razón de ser de mi vida. Yo hubiera amado siempre a la misma persona, pero las relaciones inevitablemente se terminan y uno tiene que iniciar nuevos contactos de los que surgen nuevos amores. Cada uno de esos amores ha significado un acontecimiento relevante de mi vida, un hito de mi vida, un capítulo de mi vida, y todos ellos juntos han conformado finalmente el argumento de mi vida, el libro de mi vida…
No
importa a quién se ame. El objeto del deseo es un puro accidente. Lo importante
es lo que se siente. La emoción que nos produce la persona amada, la
fascinación o el embeleso que nos provoca su presencia. El amor es algo
irracional. Cuando nos gusta o nos atrae alguien, nos gusta y nos atrae porque
sí y es inútil tratar de explicarlo o de justificarlo. Hay personas que no se
enamoran. Yo, sin embargo, nunca he estado libre de esta espantosa dependencia,
de esa horrible esclavitud que es el amor. Ignoro por qué algunas personas
tenemos esa necesidad de amar por amar y otras no. Debe ser un signo de
debilidad de carácter, una especie de complejo de inferioridad que nos induce a
magnificar y a exaltar a la persona amada.
El
amor puede provocar las emociones más fuertes e intensas capaces de
experimentar el ser humano. Nada como el amor para hacernos felices, pero nada
como el amor para hacernos desdichados. Pues, como todas las cosas, el amor
tiene su envés que es el desamor. Y toda historia de amor acaba en desamor más
tarde o más temprano.
El
amor es la droga más exquisita jamás inventada. Nada altera tanto la psique y
el metabolismo como el amor. El amor puede transformar radicalmente el carácter
y la personalidad humana. Cada experiencia amorosa implica un giro drástico en
nuestra vida y en nuestra manera de ver las cosas, tal vez porque tendemos a mimetizarnos
y adoptamos el punto de vista de la persona amada o, como mínimo, nos dejamos
influir por él.
Al ser
el amor una droga, crea adicción. Pero, en general, sus efectos son positivos:
dulcifican el carácter, lo vuelven más pacífico y tolerante, lo limpian de
antiguos resentimientos y vilezas. Eso, en caso de que el amor sea
correspondido de un modo o de otro, ya que si el amor no es correspondido o ni
tan siquiera es conocido por la persona amada… entonces la experiencia puede
ser terriblemente dolorosa y frustrante.
Y ya,
en el plano social, al margen del sexo o del deseo, es evidente que hay un
sentimiento amoroso que busca la fraternidad universal, del mismo modo que hay
un sentimiento de odio que busca la destrucción y la discordia. Efectivamente,
hay personas que necesitan amar lo mismo que hay otras que necesitan odiar.
Existen esas dos clases de personas. Son los dos polos opuestos de la condición
humana. Hay asesinos a sueldo, gente que mata sin escrúpulos por dinero, pero
también hay Médicos sin Fronteras, gente que trabaja gratuitamente para salvar
vidas ajenas. Gente que construye y gente que destruye. Gente generosa a la que
le gusta dar y gente mezquina que sólo sabe recibir.
Afortunadamente
los excesos del odio son siempre frenados y compensados por los excesos del
amor. Siempre que se declara una guerra en algún sitio, allí están los
pacifistas y los antimilitaristas manifestándose para protestar. Siempre que se
produce una injusticia social, allí están los militantes del amor llamando la
atención pública para que el daño sea reparado lo antes posible. No es posible
imaginar un mundo sin odio, pero tampoco sin amor.
Quizá
pueda parecer un tanto ingenuo o iluso, pero pienso que, a la larga, el amor
siempre triunfa sobre el odio. De un modo o de otro, el amor acaba
restableciendo la armonía en el mundo y curando las heridas morales de la humanidad.