PEDRO MENCHÉN - LA ESCUELA NACIONAL (fragmento del libro ESCRITO EN EL AGUA)
“Todavía
me estremezco solo con pensar en aquellos días de escuela. Fueron para mí una
verdadera tortura y un tormento. Yo era demasiado sensible, demasiado tímido y
vulnerable. Y los niños, en su mayoría, son tan malvados y perversos. Son
peores que los adultos, ya que éstos, aunque maten y roben, casi siempre lo
hacen por algún motivo, mientras que los niños hacen daño por placer, gratuita
y caprichosamente. No creo, en todo caso, en la inocencia y en la bondad de los
niños. Los niños son, por instinto, sádicos y crueles. Si el daño que originan
no tiene grandes consecuencias es porque actúan a un nivel muy limitado, porque
carecen de medios y poder, pero, desde luego, voluntad y ganas de hacer daño no
les faltan. Todos los delincuentes, todos los violadores, todos los asesinos,
todos los seres abominables primero fueron niños. Es decir, la maldad les venía
ya desde la infancia. Hay niños buenos, por supuesto, como hay adultos buenos.
Sin embargo, no podemos establecer la ecuación: Infancia = Inocencia o Infancia
= Bondad, ya que es una completa falacia.
Nunca
ningún adulto me ha hecho tanto daño en mi vida como me hicieron los niños.
Nunca me he sentido tan vejado, herido y humillado por los adultos como lo fui
por los niños. El adulto, aunque malo, se permite cierto grado de
distanciamiento y de tolerancia. Sabe disimular, sabe callar, sabe soslayar
muchas cosas por indiferencia o por conveniencia. El niño no es tolerante en
absoluto. No sabe disimular, no quiere callar y no puede o no le gusta soslayar
su maldad. No es indiferente a nada ni le preocupan sus consecuencias. Le
divierte hacer daño, disfruta haciendo daño. Cuando un niño descubre a otro
niño débil, tímido, diferente… por instinto, se lanzará sobre él para zaherirlo
y humillarlo, exactamente igual que en una camada de lobos, hienas o leones sus
miembros agreden a los elementos débiles o anómalos hasta matarlos o
expulsarlos del grupo. Pues el niño (y el adolescente también en buena medida)
tiene todavía en sus genes el instinto salvaje de la camada, un instinto que le
induce al odio y a la agresividad. Odio y agresividad, sobre todo, hacia
aquello que es diferente. El respeto y la tolerancia no forman parte de su
naturaleza, ya que no son innatos. Tales conceptos fueron creados artificialmente
por la humanidad, en tiempos todavía muy recientes, con el fin de facilitar la
convivencia y es algo que los niños tienen que aprehender y asimilar poco a
poco, aunque el éxito de tal aprendizaje, como todos sabemos, nunca está
garantizado.
Yo
he conocido más adultos buenos que fueron malos de niños que adultos malos que
fueron buenos de niños. En realidad, si los niños malos no evolucionaran, si no
acabaran siendo personas buenas y sensatas, el mundo sería un lugar
inhabitable. ¿Quién no ha oído decir a un hombre adulto: “Yo era un niño muy
malo! ¡No puedes imaginarte lo malo que era!”. A mí me lo han dicho la mayoría
de los hombres que he conocido y todos ellos son ahora personas muy buenas.
Quien oye tal cosa no se asombra en absoluto. Lo entiende y lo acepta con
naturalidad ya que sabe que es propio de los niños ser malos.
Yo
iba a la Escuela Nacional franquista. Algo difícil de imaginar hoy en día. Pero
ya han descrito otros cómo era aquella escuela, así que no entraré en detalles.
Teníamos un solo libro, el Catón, cuando éramos muy pequeños, y luego, la
Enciclopedia escolar, un mamotreto en el que había un poco de todo, desde
historia hasta matemáticas, gramática, religión, ciencias naturales, geografía,
etc.
Rezábamos
mucho, cantábamos el Cara al sol y hacíamos gimnasia. Los profesores pegaban
por cualquier tontería, aunque recuerdo que a mí menos que a los demás. Cuando
un profesor iba a pegarme, en lugar de agachar la cabeza, yo le miraba
fijamente a los ojos y él, intimidado, se limitaba a deslizar la regla por la
palma de mi mano. Muchas veces nos ponían en fila a toda la clase y pasábamos,
uno a uno, delante del maestro para recibir los reglazos. De mí, como digo, los
profesores se apiadaban. Me pegaban menos veces y, cuando se veían obligados a
hacerlo porque el castigo era colectivo, me propinaban golpes mucho más suaves,
algo que visto retrospectivamente, me resulta un tanto extraño.
… En
cuanto a mí, lo peor no fue la mala calidad de la enseñanza o la ideología
política o religiosa que trataron de imbuirme, sino la sensación de
indefensión, de impotencia y de acoso que sufrí constantemente por parte de
otros niños. Así que bien podría decir que, más que la dictadura franquista,
padecí la dictadura de la infancia o la dictadura de los niños.
Todo
sucedía siempre en el recreo. Cuando veo los campos de concentración nazis en
el cine o en la televisión, me acuerdo siempre del recreo. El recreo: un patio
cerrado y siniestro al que te echaban con frío y viento (pues en la infancia
siempre había frío y viento), un patio
del que no se podía salir durante media hora. Si trataba de regresar al
aula porque me sentía acosado por alguien, los profesores me expulsaban de allí
inmediatamente y me obligaban a permanecer en el recreo. Me echaban como carnaza
a las fieras. El recreo era la jungla, el mal cultivándose en la probeta de
ensayo. Un atisbo de lo que temía que sería el mundo de los adultos.
Afortunadamente, éste último fue mucho mejor."