JORGE LOMAR - EL UNIVERSO HOLÍSTICO
Si el ataque
no te hace feliz ¿por qué insistir?
En los
artículos anteriores de esta serie hemos visto cómo en nuestra mente se ocultan
una serie de programas que, a no ser que estemos atentos, conseguirán que en
cualquier momento ataquemos a cualquier cosa.
Puede ser que
el ataque solo sea mental, pero aun así, tendrá sus consecuencias emocionales.
Si el ataque ya es emocional, viviremos momentos intensos de sufrimiento en
alguna relación con los demás. Si el ataque es interno, en forma de culpa, nos sentiremos pequeños,
temerosos y aislados. Si el ataque
es físico, nos sentiremos heridos o fracasados. Siempre hay pérdida unida al
ataque. ¿Por qué atacamos entonces?
Ataque
mental
Para tener alguna conciencia de cómo
atacamos a los demás y cómo nos atacamos a nosotros mismos, es preciso estar
dispuesto ver los mecanismos de ataque en donde todo comienza: el ataque
mental. Se manifestará en cierto tipo de pensamientos y sus correspondientes
emociones consecuentes. Ambos verifican los programas de ataque que están
ocultos en nuestras creencias, nuestra manera de ver el mundo y nuestro
concepto de “yo”.
El ataque mental es cualquier tipo de
pensamiento que nos separa de algo, que pretende dañar o que simplemente menosprecia,
limita o debilita. Se siente como aquello que llamamos “negatividad”, independientemente de que el ataque esté dirigido
hacia algo externo o hacia ti mismo.
Cuando culpamos, criticamos
destructivamente, hacemos bandos, juzgamos a alguien, e
incluso cuando lo clasificamos, especialmente si lo clasificamos de inútil o de
peligroso, estamos atacando mentalmente. A partir de ese momento, surge una barrera emocional o energética que por un lado
nos separa de la otra persona, y por otra nos mantiene presos a ella, ya que al ser un “enemigo”, una parte luchadora de nuestra mente permanecerá en constante vigilancia con
respecto a esa persona. Esa
parte de nuestra mente ha sido entrenada para hacernos
sobrevivir, es rígida, sistemática y suele olvidarse
de todo en pro de defendernos. Es primal, muy antigua,
emocional y poderosa, cuyos surcos están profundamente arraigados en nuestra
mente.
Ese mismo ataque puede dirigirse contra
una idea, una circunstancia, una raza, una profesión, contra el mundo o incluso
contra Dios, cualquiera que sea el sentido que este concepto tenga para ti. Y
en cualquier caso se habrá abierto un toque de queda en tu mente.
En
defensa propia
Si estás recibiendo algún tipo de ataque
físico mientras lees este artículo, te aconsejo que intentes escapar o si no
puedes, te defiendas físicamente como puedas. Esto es evidente y no es el nivel
de trabajo del perdón. Como ya hemos dicho en los artículos anteriores, el perdón es un profundo acto interior. Perdonar no significa que no te defiendas de un
ataque evidente. Perdonar se refiere a todos los casos en los que puedes hacer
un ejercicio de autoconciencia, darte cuenta de qué es lo que estás defendiendo
y qué pretendes con tu ataque.
El recurso “en defensa propia” lo
estamos usando en muchas más situaciones que en los ataques físicos y directos.
Lo empleamos constantemente ante cualquier percepción de ataque. Por ejemplo,
cuando sentimos que se nos ha atacado verbalmente, se abren más posibilidades
que simplemente responder con más ataque. Pero para ello habría que estar muy
atento y bastante entrenado en el perdón. Si llevas tiempo trabajando, es más
probable que puedas darte cuenta de lo que ha ocurrido cuando has recibido ese
ataque verbal. Por un momento, sientes perfectamente qué es lo que en ti se ha
sentido vulnerable. También puedes sentir qué es lo que en la otra persona se
ha sentido vulnerable para haber tenido la necesidad de atacarte. En ese
instante ya has encontrado un portal por el que puede entrar tu perdón, existe
un vínculo entre la otra persona y tu. Ambos sois vulnerables, ambos estáis
defendiendo vuestro “yo”. Entonces puedes llegar a comprender por qué tiene
miedo el otro o porqué se ha sentido ofendido. E incluso puede que no entiendas
los motivos del otro, pero te des cuenta de que aquello que se ha puesto a la
defensiva en mi, solo es mi propia sensación de debilidad. Y eso es lo que
pretende el ego, que hagas caso siempre a tu debilidad, que te identifiques con
ella.
En
defensa de la verdad
También atacamos cuando alguien tiene
una idea distinta de la nuestra. Parece que hay una parte dentro de ti que se
retuerce y se siente herida simplemente porque otra persona tiene una visión
distinta del asunto. Esa parte dentro de ti no es más que un programa que va a
colocar inmediatamente a la otra persona en otro bando. En poco tiempo la ha
catalogado de “enemigo”, aunque sea a un nivel sutilmente subconsciente y ni tu
sepas que haya sucedido esta inmediata clasificación. Tú te has sentido
identificado con una opinión, y si la opinión es rebatida, la defiendes del
mismo modo que si fuera “en defensa propia”.
Puede, incluso, que pienses que tu
opinión es la verdad, y que eso te justifica para defenderla, atacando al otro.
Sin embargo, la verdad no necesita ser defendida. No es necesario hacerle ver
al otro la verdad si él no quiere.
La
verdad no necesita ser defendida.
Muy relacionado con la creencia de tener
que defender la verdad atacando a otro, está la idea de utilizar la
culpabilización como herramienta didáctica. ¡Para que aprenda! ¡Lo hago por tu
bien! En realidad el ataque pretende dañar, no pretende en absoluto que el otro
aprenda nada, ya que sin duda, ese no es el modo de enseñar nada a nadie. La
acción que surge de este pensamiento pretende aliviar la ira, proyectar la
culpa y quedar por encima, es decir, establecer el poder sobre otro. Lecciones
de separación y conflicto, en definitiva.
En otros casos, una persona puede
hacerte sentir ofendido solo con su presencia. La defensa propia también puede
saltar para justificar tu ataque. Solemos decir que esa persona tiene mala
energía o no nos produce “feeling”. Pero este planteamiento ha cometido el
primer error de quien realmente se dedica a trabajar el perdón. Se ha colocado
al problema fuera de tu mente. El mal “feeling” que percibes en el otro ha
surgido en tu propia mente y precisamente de su manera de percibir al otro. Tú
tienes el poder de cambiar tu percepción de él en lugar de derrochar energía
juzgando.
Muy habitualmente, es nuestro estilo de
vida el que se ve amenazado por alguna causa percibida en el exterior, y la
defensa propia se fusiona con el profundo miedo al cambio que suele
paralizarnos cuando se tambalea nuestro marco de comodidad.
En este mismo contexto, es muy habitual
que ataquemos “en defensa de mi imagen”. Defender la propia imagen a veces se
refiere al prestigio o al honor como si todo eso fuera la parte esencial de tu
identidad, la máxima verdad que te sustenta. Te puedes imaginar cómo salta esta
“defensa propia” en estos casos, como si fuera un resorte. Bajo este modelo de
pensamiento, toda tu seguridad, comodidad y estilo de vida está orquestado en
el modo en que te ven los demás. Si eso fracasa, tu trabajo, tu poder, tu
aparente identidad se podría venir abajo. En definitiva, cualquiera que sea la
imagen que uno quiere preservar ante los demás, muchos de los ataques mentales
a los que recurrimos pretenden defender tu personaje. Incluso en ocasiones, se
defiende un personaje débil, victimista o enfermizo, ya que se cree necesitar
esa consideración por parte de los demás.
En
defensa de otro
En otros casos, nuestro ataque se
justifica porque estamos defendiendo a otra persona a la cual consideramos
indefensa (por si alguien se ha olvidado, vuelvo a colocar el ámbito de trabajo
fuera de los ataques físicos, sino en los ataques psicoemocionales).
La mayor parte de las veces, lo que hacemos es tomar partido automáticamente por algo en lo que estamos involucrados emocionalmente. Es decir, parecemos defender a otro, pero en realidad estamos defendiendo un interés propio. A veces el interés propio es tan sutil como una lealtad, una amistad, una simpatía o un lazo familiar que parece obligarte a entrar a formar parte de un conflicto.
La mayor parte de las veces, lo que hacemos es tomar partido automáticamente por algo en lo que estamos involucrados emocionalmente. Es decir, parecemos defender a otro, pero en realidad estamos defendiendo un interés propio. A veces el interés propio es tan sutil como una lealtad, una amistad, una simpatía o un lazo familiar que parece obligarte a entrar a formar parte de un conflicto.
Muchas veces surge nuestra ira cuando
vemos sufrir a las personas que más queremos. Eso te hace sufrir mucho y muy a
menudo es este mismo sufrimiento el combustible de nuestro ataque. Basta con
que le des suficiente crédito a estos pensamientos para verte envuelto en
cualquier tipo de guerra o conflicto.
Atacar
para controlar
Una gran cantidad de energía mental mal
canalizada está destinada a atacar a otras personas con el fin de que hagan lo
que tú quieres. Nos resulta familiar, al haber sido educados de esta manera es
un programa profundo. Para muchos padres no existe recurso alguno más allá del
grito o la amenaza para movilizar a sus hijos. Y este mecanismo se suele
transferir de padres a hijos, de hermanos a hermanos. ¡Cuántos conflictos
surgen entre los humanos porque unos intentamos modelar a otros a nuestra
imagen y semejanza!
Aceptar al otro, respetar sus motivos y
todo el paradigma que lo sostiene es un sofisticado arte que toda persona
debería estar interesado en comenzar a practicar. El programa del control,
igual que cualquier otro, se puede cambiar. Porque cuando das libertad, te
liberas.
Cuando das libertad, te liberas.
Ataque
a mí mismo
Cuando nos sentimos incapaces de algo,
cuando nos preocupamos por algo que podría pasar, o cuando tememos que algo se
repita, así como cuando nos culpamos de algo, nos estamos atacando mentalmente
a nosotros mismos. Entonces nos sentimos fragmentados, divididos por dentro,
deshechos en nuestra autoestima.
El ataque a mi mismo puede venir de la mano de un error que aparentemente hemos cometido, y sobre el cual nos juzgamos a un nivel de identidad, algún susurro programado que subliminalmente te dice “eres malo”. Como si se olvidase que cometer errores es lo más natural en el ser humano, que el mundo que vemos es imperfección en estado puro y que la mejor actitud que podemos tomar ante los errores es aprender y perdonar.
El ataque a mi mismo puede venir de la mano de un error que aparentemente hemos cometido, y sobre el cual nos juzgamos a un nivel de identidad, algún susurro programado que subliminalmente te dice “eres malo”. Como si se olvidase que cometer errores es lo más natural en el ser humano, que el mundo que vemos es imperfección en estado puro y que la mejor actitud que podemos tomar ante los errores es aprender y perdonar.
Un error es un punto álgido de
aprendizaje, ser consciente de él lo convierte en un éxito.
Cualquier éxito de nuestra vida habrá
estado precedido por multitud de errores. Y más aún cuando llevamos la escena
al ámbito de las relaciones humanas.
Hay personas que piensan, aunque sea sin darse cuenta, que culparse duramente por un error le ayudará a aprender mejor, y de nuevo, hacen de la culpa su herramienta didáctica. Sin embargo, el aprendizaje no puede funcionar mediante el ataque. El ataque, precisamente, provoca el ambiente mental que impide cualquier aprendizaje. Será mucho más productivo que te sientas bien mientras observas la mecánica de un error e intentas aprender. Tu energía mental estará limpia, no necesitará defensas y tu mente se mantendrá fresca y abierta.
Hay personas que piensan, aunque sea sin darse cuenta, que culparse duramente por un error le ayudará a aprender mejor, y de nuevo, hacen de la culpa su herramienta didáctica. Sin embargo, el aprendizaje no puede funcionar mediante el ataque. El ataque, precisamente, provoca el ambiente mental que impide cualquier aprendizaje. Será mucho más productivo que te sientas bien mientras observas la mecánica de un error e intentas aprender. Tu energía mental estará limpia, no necesitará defensas y tu mente se mantendrá fresca y abierta.
Cuando la motivación de un aprendizaje
es el miedo, es posible que tu motivación la consideres muy importante, pero el
proceso de aprender se hará muy difícil. La mente que realmente aprende está
aprisionada entre las defensas y límites que le impone la mente que lucha.
Una preocupación o miedo recurrente, es
otra forma sutil de ataque a ti mismo que pone en guardia a la parte defensora
de tu mente, y te manifiesta debilidad y desconfianza. También el miedo se
puede perdonar. Para perdonar cualquier preocupación o miedo, debes darte
cuenta de que estás temiendo a tu pasado, y de que ese mecanismo será empleado
por el ego para debilitarte mediante hipótesis terroríficas proyectadas en tus
fantasías de futuro.
También ayudará cuando te des cuenta, de
una vez por todas, de que lo único que puedes controlar en tu mundo es tu
mente, y este poder es absoluto. Pero no intentes controlar antes a tu mundo
que a tu mente, o tu mundo acabará controlando a tu mente y a ti.
Compasión
Compasión no es lástima. Cuando alguien
te da pena, lo sitúas por debajo de ti y en realidad, lo separas de ti.
Compasión no es simpatía. Puedes sentir compasión por alguien y no estar de
acuerdo con su manera de ver el mundo. Compasión no es sentir lo mismo que
siente el otro. Si eso fuera compasión, dos personas enfadadas estarían en
actitud compasiva.
La compasión tiene dos niveles, uno
humano y otro espiritual. Al nivel humano sí se emplea la empatía, que
significa que percibes con absoluta claridad lo que el otro siente. Por
supuesto, cualquiera podría decir que es imposible que dos personas sientan lo
mismo al tener mentalidades y experiencias completamente distintas. Sin
embargo, cuando una persona es lo suficientemente madura y autoconsciente como
para haber desarrollado la empatía verdadera, sabe que los sentimientos humanos
son muy básicos y siempre los mismos sin importar edad, género, raza, ideología
o generación. Y a este nivel puede conectar con la otra persona.
La mente humana dispone de dos partes.
Una de ellas se dedica a defender, a luchar, está en controversia con todo lo
que ve, analiza y desmenuza, busca el defecto constantemente, ve peligro en
todas partes, y provoca todos los conflictos que vive. De esta parte de la
mente hemos estado hablando al referirnos a los distintos tipos de ataque
mental.
La otra parte solo tiene el objetivo de
aprender, unificar, y caminar pacíficamente hacia la verdad, busca crecer y
expresar amor. Esta parte te conecta contigo mismo, con los demás y con todo.
La compasión sucede cuando te sitúas en
esta parte de tu mente. Puedes hacerlo con solo desearlo. Entonces, todos los
ataques que habías urdido y percibido comienzan a verse de otra manera. Al
entrar en el modo de aprendizaje, comprendes el miedo que el otro siente. ¡Cómo
no ibas a comprenderlo! Te has pasado toda tu vida sintiendo miedo. Descubres
que, bajo la apariencia peligrosa, iracunda o dolorida de la otra persona, hay
una vulnerabilidad que compartes con él. Lo puedes percibir como a un hermano
en este viaje de aprendizaje, y te unes a él en la vulnerabilidad humana.
A un nivel más profundo, la compasión es
descubrir que bajo todos los disfraces que tanto yo como el otro interpretamos,
está el Ser, la Vida sin límites ni forma, el Amor puro que somos. Alguno se le
llama “ver la luz”. Ver su Verdad. Ver tu Verdad.
Si, ¡somos humanos! Muchas veces no será
nada fácil ver la esencia del otro tras sus convincentes disfraces que hacen
saltar por los aires nuestro equilibrio emocional y disparan automáticamente
nuestro juicio más duro. ¿No resulta extraño que nuestra mente esté tan
entrenada en mil maneras en hacernos daño? Pero bajo todos esos programas,
nuestra esencia reclama que regresemos al conocimiento de la verdad. Entonces,
desde la verdad, podremos ver los programas de sufrimiento con tanta facilidad
que dejaremos de creerlos, y por tanto, los desconectaremos. ¡Programa
desinstalado satisfactoriamente! ¡Qué gran liberación!
Muchas de las veces no somos capaces de
ver la paz y el amor profundos en el otro hasta que nos centramos y vemos la
paz y el amor profundo en nosotros mismos. Si has podido descubrir un ataque
mental en tu vida, ya sea emitido o recibido, recuerda que dispones del don de
la compasión. Es una parte profunda y esencial de tu mente. Cuando puedas,
desplaza por un momento tu atención de los programas de dolor y dedica unos
minutos de silencio a encontrar esta parte de ti, tu verdadera identidad, y
desde aquí, vuelve a mirar lo que pasó.
Un trabajo irremediablemente unido al
perdón profundo consiste en ejercitar la conciencia de lo que eres realmente,
la conciencia esencial. La experiencia de saber lo que somos nos llevará a ver
de otro modo, a nosotros mismos y a todo lo que percibimos. Es el salto a la
conciencia espiritual.