El segundo
método que permite gestionar el sufrimiento, no sólo físico sino también moral,
se encuentra relacionado con la práctica de la compasión. Ésta es un estado mental basado en el deseo
de que los seres sean liberados de sus sufrimientos y de las causas de sus
sufrimientos, del que se deriva un sentimiento de amor, de responsabilidad y de
respeto hacia todos. Gracias a este sentimiento de compasión, asumimos nuestro
propio sufrimiento, unido al de todos los seres, pensando: “Otros se hallan
afligidos por penas comparables a las mías y a veces mucho peores. ¡Cómo me
gustaría que también pudieran liberarse de ellas!” Así ya no sentimos el dolor
como una degeneración opresiva. Impregnados de altruismo, dejamos de
preguntarnos con amargura: “¿Por qué yo?”
Pero ¿por
qué pensar deliberadamente en el sufrimiento de los demás, cuando hacemos lo
imposible para evitar el nuestro? ¿De este modo no incrementamos inútilmente
nuestra propia carga? El budismo nos enseña que no. Cuando estamos absortos por
completo en nosotros mismos, somos vulnerables y caemos fácilmente presa del
desasosiego, la impotencia y la angustia. Pero cuando, por compasión,
experimentamos un poderoso sentimiento de empatía frente a los sufrimientos de
los demás, la resignación impotente deja paso al valor, la depresión al amor,
la estrechez mental a una apertura hacia todos los que nos rodean.