En Rusia gran parte de la sociedad,
influida por el antiguo pensamiento soviético y alentada ahora por la
intransigencia de la iglesia ortodoxa rusa, considera que mostrar en público una orientación sexual no convencional es una ofensa. Aunque la opinión generalizada es que no importa la orientación que uno tenga, siempre y cuando se viva de puertas para dentro.
Por eso, muchos homosexuales en Rusia
prefieren esconderse en una doble personalidad, guardar en secreto algo que es
parte de su vida; incluso, como ocurría no hace muchos años en España,
contraer matrimonio con una mujer, o con un hombre en el caso de las lesbianas,
para complacer a la sociedad y disimular su propia condición sexual.
Alexander Smirnov, uno de los protagonistas de este reportaje nos cuenta cómo durante años escondió parte de su personalidad y guardó en silencio sus
opiniones en su puesto de trabajo. Como portavoz de prensa de la alcaldía
de Moscú, tuvo que informar sobre asuntos con los que chocaba
frontalmente, como la prohibición en Moscú de la marcha del Orgullo Gay. Aunque
incómodo, no le suponía un grave problema ya que él había salido del armario
hacía años para sus seres más queridos.
A través de una carta, larga y
meditada, contó a su madre lo que sintió a los trece años y cómo se dio cuenta
que eso iba a ser para siempre. Comunicarlo a los padres ha sido para
muchos de los protagonistas de este reportaje el momento más difícil.
Alexander hizo pública su orientación
cuando se promulgó la ley contra la propaganda homosexual, porque pensó que
había que hacer algo. Trabajó en el teléfono de la esperanza, donde había
escuchado estremecedores relatos de jóvenes
adolescentes que se sentían culpables por su orientación sexual y querían
quitarse la vida. Alexander pensó que la nueva ley que
impide la difusión de comportamientos sexuales no convencionales, podría
incluso privar a estos jóvenes de un asesoramiento profesional.
Hace 20 años que Rusia dejó de penalizar las relaciones
homosexuales, al mismo tiempo que dejó de considerarlas como enfermedad
mental. La ley contra la propaganda, aprobada en junio de 2013, prohíbe la difusión de la información destinada a
fomentar comportamientos sexuales no convencionales entre los niños o hacer que
esos comportamientos sexuales parezcan atractivos, así como equiparar
socialmente a las relaciones tradicionales y no convencionales. Su incumplimiento conlleva penas de prisión y multas que
van desde los 125 euros para particulares a los 22.000 en caso de
organizaciones. El Gobierno ruso ha aprobado también otra ley por la que ningún país en el que se permita el matrimonio homosexual podrá adoptar niños rusos.