Es
frecuente que los niños tomen abiertamente el camino de la violencia para el
conocimiento. El niño desarma algo, lo deshace para conocerlo; o destroza un
animal; cruelmente arranca las alas de una mariposa para conocerla, para
obligarla a revelar su secreto. La crueldad misma está motivada por algo más
profundo: el deseo de conocer el secreto de las cosas y de la vida.
Otro
camino para conocer “el secreto” es el amor. El amor es la penetración activa
en otra persona, en la que la unión satisface mi deseo de conocer. En el acto
de fusión, te conozco, me conozco a mí mismo, conozco a todos –y no “conozco”
nada-. Conozco de la única manera en que el conocimiento de lo que está vivo le
es posible al hombre –por la experiencia de la unión- no mediante algún
conocimiento proporcionado por el pensamiento. El sadismo está motivado por el
deseo de conocer el secreto, y, sin embargo, permanezco tan ignorante como
antes. He destrozado completamente al otro ser, y, sin embargo, no he hecho más
que separarlo en pedazos. El amor es la única forma de conocimiento, que, en el
acto de la unión, satisface mi búsqueda. En el acto de amar, de entregarse, en
el acto de penetrar en la otra persona, me encuentro a mí mismo, me descubro, descubro a ambos, descubro al hombre.
El
anhelo de conocernos a nosotros mismos y de conocer a nuestros semejantes fue
expresado en el lema délfico: “Conócete a ti mismo”. Tal es la fuente
primordial de toda psicología. Pero puesto que deseamos conocer todo el hombre,
su más profundo secreto, el conocimiento corriente, el que procede sólo del
pensamiento, nunca puede satisfacer dicho deseo. Aunque llegáramos a conocernos
muchísimo más, nunca alcanzaríamos el fondo. Seguiríamos siendo un enigma para
nosotros mismos, y nuestros semejantes seguirían siéndolo para nosotros. La
única forma de alcanzar el conocimiento total consiste en el acto de amar: ese
acto trasciende el pensamiento, trasciende las palabras. Es una zambullida
temeraria en la experiencia de la unión. Sin embargo, el conocimiento del
pensamiento, es decir, el conocimiento psicológico, es una condición necesaria
para el pleno conocimiento en el acto de amar. Tengo que conocer a la otra
persona y a mí mismo objetivamente, para poder ver su realidad, o, más bien,
para dejar de lado las ilusiones, mi imagen irracionalmente deformada de ella.
Sólo conociendo objetivamente a un ser humano, puedo conocerlo en su esencia
última, en el acto de amar.