Matthieu
Ricard nació y se crió en Francia. En 1972, tras completar un doctorado en
Génetica Molecular en el Institut Pasteur, decidió convertirse en monje budista
tibetano para transformarse, con el paso de los años, en el “hombre más feliz
del mundo”. Cuando el Dalái Lama comenzó a interesarse por las investigaciones
sobre la meditación, invitó a monjes budistas tibetanos a participar en
estudios científicos. Matthieu era el sujeto perfecto, puesto que además de ser
un científico por derecho propio, comprendía tanto las costumbres tibetanas
como las occidentales y contaba con décadas de entrenamiento en meditación
clásica. El cerebro de Matthieu se convirtió en el objeto de numerosos
experimentos científicos.
Una de
las numerosas mediciones llevadas a cabo con Matthieu fue la de su nivel de
felicidad. Resulta que existe una forma de
evaluar el grado de felicidad del cerebro:
medir la activación de determinada parte de la corteza prefrontal izquierda y
compararla con la de la derecha. Cuanto
mayor es el peso relativo de la parte izquierda en una persona, más refiere
ésta emociones positivas, como dicha, entusiasmo, energía etcétera. Y viceversa: quienes exhiben mayor actividad en la parte
derecha experimentan emociones negativas.
Cuando
examinaron el cerebro de Matthieu, sus valores de felicidad se salieron
completamente de las gráficas. Era, con mucha
diferencia, la persona más feliz jamás encontrada por la ciencia. Los medios de
comunicación no tardaron en bautizarlo como el “hombre más feliz del mundo”, un
sobrenombre que fastidia ligeramente al propio Matthieu, pues tiene un cierto
punto de sarcasmo burlón.
La
felicidad extrema no es el único rasgo sobresaliente que se detectó en el
cerebro del francés. Se convirtió en la primera persona que acreditaba una
capacidad para inhibir los reflejos del sobresalto del cuerpo, unos espasmos
rápidos de los músculos faciales en respuesta a ruidos fuertes e inesperados.
En teoría, este reflejo, como todos los demás, escapa al reino del control
voluntario, pero Matthieu es capaz de controlarlo cuando se encuentra en estado
de meditación. Y además, resulta que también es un experto detectando la
manifestación fugaz de emociones mediante pequeñas expresiones faciales
conocidas como microexpresiones. Puede entrenarse a la gente para que detecte e
interprete las microexpresiones, pero tanto Matthieu como otro experto en
meditación, obtuvieron en las pruebas realizadas en laboratorio resultados muy
superiores a la media, e incluso a los de los profesionales en ese campo
Las
historias sobre Matthieu y otros maestros de las prácticas contemplativas son profundamente inspiradoras. Estos maestros nos demuestran que cada uno de nosotros puede desarrollar una
mente de extraordinaria capacidad, que es, primero y por encima de todo, feliz,
pacífica y compasiva.