Lino y Fabián se amaban. Lino, era un joven farmacéutico con carrera apenas iniciada, y Fabián, un joven pescador que en la pesca artesanal ponía la brújula de su futuro. Los dos vivían su amor, oculto a los ojos de la gente pero visible a la luz de la naturaleza, teniendo por mudo testigo el inhóspito abrazo de un lejano acantilado.
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De manos dadas, Lino y Fabián, recorrían aquel lugar secreto, que mil veces presenció las pisadas musicando las palabras. Y, a la vera del acantilado estremecido por el oleaje, a cielo abierto desplegaban la acometida de la ternura. Las rocas y el mar, con sus guiños de complicidad, sonreían ante la transparencia de tanta pasión. También, a los pies de la escarpadura, en la pequeña playa se tumbaban sobre el amplexo de la arena, y la brisa marina les humedecía los cuerpos con un hálito salado, mientras ellos colgaban su felicidad en los atriles del tiempo, y así engarzarla a la límpida campanada de los sentimientos. Allí, el ir y venir de las olas le ponía ritmo al arrullo de cada encuentro, hasta que el ocaso, precursor de las sombras, les musitaba el arribo de la hora de regresar.
De manos dadas, Lino y Fabián, recorrían aquel lugar secreto, que mil veces presenció las pisadas musicando las palabras. Y, a la vera del acantilado estremecido por el oleaje, a cielo abierto desplegaban la acometida de la ternura. Las rocas y el mar, con sus guiños de complicidad, sonreían ante la transparencia de tanta pasión. También, a los pies de la escarpadura, en la pequeña playa se tumbaban sobre el amplexo de la arena, y la brisa marina les humedecía los cuerpos con un hálito salado, mientras ellos colgaban su felicidad en los atriles del tiempo, y así engarzarla a la límpida campanada de los sentimientos. Allí, el ir y venir de las olas le ponía ritmo al arrullo de cada encuentro, hasta que el ocaso, precursor de las sombras, les musitaba el arribo de la hora de regresar.
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Para Lino, Fabián lo era todo; amigo, amante, y soplo que imprimía frescor a su vida. Para Fabián, Lino era la tierra que se pisa, el aire que sustenta, y la magia que daba sentido a su existencia. El uno y el otro se pertenecían, y una etérea cadena los mantenía sujetos condenándolos a incinerarse en el fuego de la unión.
Pero un día, la fatalidad, celosa de tanta dicha, metió su emponzoñada garra tiñéndolo todo de gris tragedia; el inmenso trigal líquido donde Fabián pescaba su pan, ¡lo traicionó! La endeblez de su barca no aguantó a la ola abrupta, y un golpe de mar se lo llevó en plena juventud.
Para Lino, Fabián lo era todo; amigo, amante, y soplo que imprimía frescor a su vida. Para Fabián, Lino era la tierra que se pisa, el aire que sustenta, y la magia que daba sentido a su existencia. El uno y el otro se pertenecían, y una etérea cadena los mantenía sujetos condenándolos a incinerarse en el fuego de la unión.
Pero un día, la fatalidad, celosa de tanta dicha, metió su emponzoñada garra tiñéndolo todo de gris tragedia; el inmenso trigal líquido donde Fabián pescaba su pan, ¡lo traicionó! La endeblez de su barca no aguantó a la ola abrupta, y un golpe de mar se lo llevó en plena juventud.
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La noticia voló con su carga de catástrofe de boca en boca, de barca en barca, de puerta en puerta. En los oídos de Lino explotó cual un volcán, dejándole en el cuerpo el estremecimiento del trueno, y en los ojos el desenfoque de la sorpresa. El cadáver nunca apareció.
La noticia voló con su carga de catástrofe de boca en boca, de barca en barca, de puerta en puerta. En los oídos de Lino explotó cual un volcán, dejándole en el cuerpo el estremecimiento del trueno, y en los ojos el desenfoque de la sorpresa. El cadáver nunca apareció.
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Tras la fatídica jornada, Lino cayó en el agujero negro del silencio; el amor perdido derivó en un estrujamiento que le apretaba el corazón desgarrándole el ánimo, y, poco a poco, lo fue despeñando por un inacabable tobogán de espinas.
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Los días y los meses desfilaron al son de las horas, y el tiempo que todo lo cura pasó sin restañar su abierta herida; al contrario, el recuerdo que mordía sin complejo, insistía en hacerla sangrar. Fabián habitaba dentro de Lino, y vivía en cada suspiro de su alma, y así resultaba imposible descabalgarlo de su memoria. Entonces, los días se alzaron en tortura, y las noches en látigo de la misma tortura. Cuantas veces en su cama, envuelto por la oscuridad, Lino navegaba en efímeros sueños hacia la isla del reencuentro, hasta que el alba lo sorprendía embarcado en las negras ojeras de la desesperanza.
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Como un sonámbulo, y con la soledad tiritando entre las manos, Lino volvió a recorrer la huella secreta. Se asomó al acantilado, y las olas que rompían dibujando un encaje de espuma, lo salpicaron con la nieve de su salitre convulsionado. La playa desierta parecía una ballena varada entre el oleaje y el murallón de piedra. En el lugar aún flotaba el eco de los besos de ayer. Allí, Fabián lo apretaba contra su pecho y le hundía sus fuertes dedos en las carnes, lastimándolo con el dulce dolor del amor compartido.
Tras la fatídica jornada, Lino cayó en el agujero negro del silencio; el amor perdido derivó en un estrujamiento que le apretaba el corazón desgarrándole el ánimo, y, poco a poco, lo fue despeñando por un inacabable tobogán de espinas.
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Los días y los meses desfilaron al son de las horas, y el tiempo que todo lo cura pasó sin restañar su abierta herida; al contrario, el recuerdo que mordía sin complejo, insistía en hacerla sangrar. Fabián habitaba dentro de Lino, y vivía en cada suspiro de su alma, y así resultaba imposible descabalgarlo de su memoria. Entonces, los días se alzaron en tortura, y las noches en látigo de la misma tortura. Cuantas veces en su cama, envuelto por la oscuridad, Lino navegaba en efímeros sueños hacia la isla del reencuentro, hasta que el alba lo sorprendía embarcado en las negras ojeras de la desesperanza.
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Como un sonámbulo, y con la soledad tiritando entre las manos, Lino volvió a recorrer la huella secreta. Se asomó al acantilado, y las olas que rompían dibujando un encaje de espuma, lo salpicaron con la nieve de su salitre convulsionado. La playa desierta parecía una ballena varada entre el oleaje y el murallón de piedra. En el lugar aún flotaba el eco de los besos de ayer. Allí, Fabián lo apretaba contra su pecho y le hundía sus fuertes dedos en las carnes, lastimándolo con el dulce dolor del amor compartido.
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El recuerdo arreciaba. Sus lágrimas, constantes compañeras, resbalaron mejillas abajo, a llenarle los labios con la sal amarga de la ausencia. Su mirada, huérfana de ilusión y marchita de nostalgia, viajó de la costa al brillante piélago, soñando con la fuga hacia la distancia desconocida.
El recuerdo arreciaba. Sus lágrimas, constantes compañeras, resbalaron mejillas abajo, a llenarle los labios con la sal amarga de la ausencia. Su mirada, huérfana de ilusión y marchita de nostalgia, viajó de la costa al brillante piélago, soñando con la fuga hacia la distancia desconocida.
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En ese momento la ansiedad intervino, y vio a Fabián regresando desde el m isterio, cubierto de algas y coronado de efervescencias. Después, acorralado por el agua, indefenso ante la mordedura de la ola, desapareció por la desdentada boca de la turbulencia océanica.
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Lino, últimamente pensaba mucho en Alfonsina Storni, aquella poetisa que en el Atlántico hizo su tumba de agua.
En ese momento la ansiedad intervino, y vio a Fabián regresando desde el m isterio, cubierto de algas y coronado de efervescencias. Después, acorralado por el agua, indefenso ante la mordedura de la ola, desapareció por la desdentada boca de la turbulencia océanica.
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Lino, últimamente pensaba mucho en Alfonsina Storni, aquella poetisa que en el Atlántico hizo su tumba de agua.
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Con paso breve descendió por el serpenteante sendero, pisó la arena húmeda, clavó la mirada en el horizonte, y avanzó mar adentro. Fabián lo esperaba. Ahora compartirían la sal, el espacio, y todo el tiempo del que se componga la eternidad.
Con paso breve descendió por el serpenteante sendero, pisó la arena húmeda, clavó la mirada en el horizonte, y avanzó mar adentro. Fabián lo esperaba. Ahora compartirían la sal, el espacio, y todo el tiempo del que se componga la eternidad.
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Verbo en Azul. Santo Domingo - República Dominicana