Era pobre y sórdida la alcoba,
escondida encima de la equívoca taberna.
Desde la ventana se veía el callejón
sucio y estrecho. De abajo
subían las voces de unos obreros
que jugando a las cartas mataban el tiempo.
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Y allí, en una cámara mísera y vulgar,
Y allí, en una cámara mísera y vulgar,
poseí el cuerpo del amor, poseí los labios
sensuales y sonrosados por el vino -
sonrosados de tanto vino que incluso ahora,
cuando escribo, después de tantos años,
en mi casa solitaria, vuelvo a embriagarme.
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Konstantino Kavafis