EDUARD PUNSET - DIVULGADOR CIENTÍFICO
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En la Universidad de Harvard, entre otros centros mundiales de reflexión, se están dedicando recursos y esfuerzos al estudio de la felicidad. Gracias a estos trabajos sabemos ya cosas tan evidentes como que el nivel de renta o incluso la salud no son los factores externos que más inciden sobre los niveles de felicidad. Son las relaciones personales el factor determinante. Lo que no se ha estudiado suficientemente, todavía, es la dimensión de “la capacidad de amar” que tiene un peso agobiante en las relaciones personales. Me gustaría contrastar aquí algunas ideas sobre los distintos factores que inciden sobre la dimensión de la capacidad de amar. Ahí van mis sugerencias iniciales. Podríamos pensar en tres grandes conceptos:
1 - El apego familiar. En experimentos efectuados con ratitas, los retoños a los que se expresa el afecto materno mediante lametones crecen con mayor autoestima y seguridad en sí mismos que los dejados a su suerte. El entorno familiar inicial y consiguiente apego o desapego implica que se pasará al siguiente entorno –el de la escuela-, con ganas de profundizar en el conocimiento y curiosidad de los demás. Si este segundo entorno prolonga lo desarrollado en el primero se pasará al tercero y definitivo –la conquista del amor del resto del mundo, según William James-, con ánimo de seguir explorando relaciones, con predisposición al rechazo o, en el peor de los casos, con ánimo de destruir el mundo que nos rodea.
2 - La inversión parental, representada por la fusión amorosa primero, la construcción del nido después –incluida los hijos, hipoteca y relaciones laborales- y, por último, la definición de los ámbitos de libertad respectivos de la pareja.
3 - El tercer gran concepto involucrado en la capacidad de amar vendría dado por la resistencia de los materiales y metabolismo biológicos tanto de tipo hormonal como cerebral.
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En la Universidad de Harvard, entre otros centros mundiales de reflexión, se están dedicando recursos y esfuerzos al estudio de la felicidad. Gracias a estos trabajos sabemos ya cosas tan evidentes como que el nivel de renta o incluso la salud no son los factores externos que más inciden sobre los niveles de felicidad. Son las relaciones personales el factor determinante. Lo que no se ha estudiado suficientemente, todavía, es la dimensión de “la capacidad de amar” que tiene un peso agobiante en las relaciones personales. Me gustaría contrastar aquí algunas ideas sobre los distintos factores que inciden sobre la dimensión de la capacidad de amar. Ahí van mis sugerencias iniciales. Podríamos pensar en tres grandes conceptos:
1 - El apego familiar. En experimentos efectuados con ratitas, los retoños a los que se expresa el afecto materno mediante lametones crecen con mayor autoestima y seguridad en sí mismos que los dejados a su suerte. El entorno familiar inicial y consiguiente apego o desapego implica que se pasará al siguiente entorno –el de la escuela-, con ganas de profundizar en el conocimiento y curiosidad de los demás. Si este segundo entorno prolonga lo desarrollado en el primero se pasará al tercero y definitivo –la conquista del amor del resto del mundo, según William James-, con ánimo de seguir explorando relaciones, con predisposición al rechazo o, en el peor de los casos, con ánimo de destruir el mundo que nos rodea.
2 - La inversión parental, representada por la fusión amorosa primero, la construcción del nido después –incluida los hijos, hipoteca y relaciones laborales- y, por último, la definición de los ámbitos de libertad respectivos de la pareja.
3 - El tercer gran concepto involucrado en la capacidad de amar vendría dado por la resistencia de los materiales y metabolismo biológicos tanto de tipo hormonal como cerebral.
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Esos son los mimbres con los que se construye
la capacidad de amar de un individuo.
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¿O es que hay otros?
¿O es que hay otros?
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